El mercado pone los ojos en la performance
Publicado el octubre 18, 2010
Escrito por Mario Gilardoni

Hasta hace no mucho tiempo, la performance era un arte efímero, vinculado estrictamente a la acción, al cuerpo del artista y al momento en el que ocurría el hecho artístico. Su misma naturaleza dificulta su relación con el mercado de arte, su comercialización. De hecho, sobre todo en los años 60 y 70, muchos artistas buscaron en la performance una forma de oponerse al mercado, poniendo el foco en «el aquí y el ahora».
Las cosas ya no son así. Ignacio Liprandi, director de Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo, habla de un proyecto de Leandro Tartaglia que involucra la participación activa del público y que se presenta en la muestra «Hola usuario» en la galería de Avenida de Mayo. El espectador de la obra, titulada «la esquina indicada», sube frente a la Chacarita un auto conducido en silencio por el artista, se pone auriculares y da una vuelta de media hora mientras escucha algo que parece un programa de radio grabado, cuyo contenido se relaciona con lo que el pasajero va viendo por la ventanilla del auto. La obra evidentemente no es comercializable, pero en la galería se exhiben un par de trabajos bidimensionales (láminas intervenidas) que aluden al proyecto. De las láminas se han hecho ediciones de 3 más una prueba de artista. Una de las copias se vendió el día mismo de la inauguración, a un valor de 3.600 dólares, dice Liprandi.
La muestra cierra el 22 de octubre, pero el «city tour» sigue hasta fin de año, los sábados de 14 a 20. Tres pasajeros por viaje, cada hora, con un costo de $ 30 por persona.
Hay formas menos creativas de comercializar lo performático. La más usual es el registro fotográfico o en video. En un diálogo reciente, Marina Abramovic (Belgrado, 1946), hoy la mayor referente internacional en el género, y la española Esther Ferrer reflexionaban sobre la performance y su articulación con el mercado. «Por supuesto que la performance forma parte del mercado -decía Ferrer-, todo se compra y se vende, la acción también, incluida su documentación, convertida en mercancía desde hace algún tiempo». Y contestaba Abramovic: «De hecho, en los 70 a un plomero se le pagaba más que a un artista de performance. Creo que sigue siendo difícil vender una performance. Sigue estando al margen del mercado, así que es muy importante pensar las performances como productos rentables».
Los tiempos en que Abramovic ganaba menos que un plomero quedaron muy atrás. En mayo pasado, una impresión en gelatina de plata de «Rhythm 5», registro de una de sus performances de principios de los años 70, se vendió en Sotheby’s de Nueva York a 25.000 dólares. Y en estos días hay muchos coleccionistas con el ojo puesto en su muestra de la galería Lisson, de Londres, donde se exhiben registros fotográficos en gran escala y en video de algunos de sus trabajos históricos. Por ejemplo, registros fílmicos de su performance de 1977 «Light/Dark with Ulay», donde se abofetea sin parar con su pareja de entonces, Ulay.
Pero Abramovic va por más y augura «el fin de la cultura material y la comoditización del arte. Ya no se tratará de comprar una pintura y colgarla en la pared (…) El concepto de coleccionar arte contemporáneo tiene que cambiar; los coleccionistas tienen que reeducarse, de modo que la idea de una obra sea tan demandada como un objeto físico».
El viernes pasado se inauguró en Buenos Aires, en la Fundación Klemm, la muestra «»La acción y su registro II», un proyecto curatorial de Adriana Lauría que continúa a la primera parte exhibida el año pasado, también en Klemm. En el texto del catálogo de aquella muestra, escribe Lauría que las búsquedas experimentales de principios del siglo XX hoy conocidas como performances comenzaron, ya entrado el siglo, a registrarse «mediante fotografías o filmaciones y este material llegó a exhibirse como ‘sinónimo’ de la acción original. Con el tiempo estos trabajos se realizaron en estudio, donde el artista actuaba para la cámara. Había nacido la fotoperformance» .
El mismo día de la inauguración de su muestra, Lauría reflexiona en diálogo con Trastiendaplus.com sobre el radar que el mercado parece haber puesto sobre la performance: «Se organizaron algunas muestras importantes sobre performance, entre ellas, la de Abramovic y, los coleccionistas privados y el mercado empezaron a ‘iluminar’ el nicho, imagino que usando el ejemplo de los museos que hace rato coleccionan los registros documentales: fotografías, videos, pero también folletos u objetos fabricados como múltiples, que son generalmente una suerte de souvenir de la acción. Creo que con esta suma de papeles, catálogos, etc., la cosa se complica aún más, porque lo que era ‘acompañamiento’ de la obra propiamente dicha, empieza a perder los límites y a adquirir algo del aura de ‘obra'».
Otro indicio del interés del mercado por la performance es su presencia cada vez mayor n las ferias. En ARCO Madrid, por ejemplo, la de este año fue la tercera edición que le dedicó un espacio especial. En 2010 la dirección le encargó a Berta Sichel, directora de audiovisuales del Reina Sofía, la curaduría de su sección Performing ARCO. «La performance -dijo Sichel- se ha puesto de moda. Pienso que estamos viviendo un momento de revalorización de esta práctica artística, pero no tengo claro si es un resurgimiento o se trata de una moda pasajera, el tiempo lo dirá …»
En la muestra «La acción y su registro» en Klemm conviven artistas jóvenes con otros históricos de la performance en la Argentina, como Dalila Puzzovio, Charlie Squirru y Marta Minujín. Pero aparentemente los cambios en el modo de exhibición y circulación de los registros se dan tanto en el grupo de los nuevos como en el de los históricos. El mes que viene, por ejemplo, abrirá en el Malba una retrospectiva de Minujín en la que la mayor parte del material expuesto no será obra, sino documentación. En el mismo museo, lo que en su origen fue un registro fotográfico de la performance «La Familia Obrera», de Oscar Bony, se exhibe en gran formato, sin la advertencia de que eso -un registro de la acción- es lo que en realidad es. Las fotos de registro de acciones del «Vivo-Dito» (1963), de Alberto Greco, pertenecen desde hace tiempo a una colección particular y en este momento se están exhibiendo como obra en la Bienal de San Pablo.
«La pregunta clave es si los actos efímeros de la performance seguirán siendo actos efímeros, y si sus registros van a seguir siendo registros o se convertirán decididamente en obras», dice Lauría, que no tiene dudas de que «la frontera se va corriendo».
Las cosas (y las cotizaciones) parecen más claras en la Argentina con las obras fotográficas que nacieron de actuaciones realizadas con el fin explícito de hacer de ellas obras fotográficas. Por ejemplo, «Metano Azul – Proyecto Antártida III», de Andrea Juan; «Autorretrato fusilado», de Marcelo Brodsky, y «Arquitectura del deseo – Corona de ángel» , de Fabiana Barreda, cuyos valores de mercado en la primera edición (2008) de la Subasta Latinoamericana de Fotografía de EMA fueron estimados, respectivamente, en US$ 1.350, US$ 3.500 y US$ 900.